Durante las largas horas de avión de mi reciente viaje a India, muchos fueron los recuerdos que invadieron por unos minutos mi cabeza. Mi avión de Qatar Airways, partía del aeropuerto de Madrid dirección Doha, por delante siete horas de vuelo, tiempo suficiente para intentar dormir.
Lo que en un principio parecía fácil, poco a poco se convirtió en una guerra constante contra los párpados, algo me impedía cerrar los ojos y descansar. Ese algo, no era otra que una joven madre que sentada delante de mí batallaba con su pequeño hijo intentando que éste se durmiera un rato.
Menos mirar y más ayudar a la joven madre, pensé yo!
Mientras observaba la escena, no podía evitar recordar como había sido mi primera experiencia como madre viajera. Corría el año 2002 y empezaba para mí el viaje más importante de mi vida, mi primer viaje al extranjero, a Grecia concretamente, con mi pequeño Álvaro de apenas 11 meses. En mi caso fue más fácil, viajaba con Octavio y entre los dos fuimos sobrellevando las largas horas de avión, aunque si tengo que ser sincera, por aquel entonces el pequeño Álvaro solo tenía ojos para mamá y apenas quería saber nada de los demás.
Apenas llevábamos una hora y media de vuelo, eran las 11 de la mañana y empezaban a servirnos la comida. Pollo con salsa de tomate con un ligero toque de romero y acompañado de unas virutas de pasta, de postre un bizcochito relleno de miel y cubierto de una fina capa de almendras fileteadas y como no, todo ello regado con una vaso de vino tinto.
Enfrascada en disfrutar de tan suculenta comida, durante unos minutos apenas me di cuenta de lo que sucedía a mi alrededor. Poco a poco fue llegando a mis oídos el ensordecedor llanto del bebé de la joven madre. Levanté la cabeza de mi bandeja y fue entonces cuando me di cuenta que el pequeño viajero estaba totalmente fuera de si.
La joven madre había perdido por completo la batalla con su hijo, el pequeño no quería tomarse el biberón, no quería estar en brazos ni tampoco en el suelo y mucho menos dormir. Me apuré en terminar la comida porque sentía que mi corazón me decía que tenía que hacer algo, que tenía que levantarme y ofrecerle mi ayuda a la joven madre.
Me acerque a ella y pude comprobar que apenas había probado bocado y que poco le faltaba para llorar. Me senté a su lado, (casualmente el asiento estaba vacío) y me ofrecí a coger a su bebé en brazos para que ella pudiera comer. No sabía como se lo iba a tomar, no nos conocíamos de nada, ni tan siquiera habíamos cruzado una mirada en las dos horas que llevábamos de vuelo, y mucho menos habíamos intercambiado una sola palabra. Sin apenas hablar inglés la joven madre asintió con la cabeza y me entregó al bebé.
Mientras yo intentaba calmar y entretener al pequeño, ella en un limitado español me daba las gracias por mi ayuda. La joven madre nerviosa y cansada, me empezó a contar que es de Pakistán, que tiene 20 años y que viaja con su pequeño hijo de 13 meses a su país para visitar a la familia, que reside en Madrid desde hace cinco años con su marido también pakistaní.
Poco a poco mi nuevo amigo se tranquiliza y empieza a compartir conmigo juegos y su bonita sonrisa. Parece que he conseguido llevar la paz a esta familia y la joven madre no se cansa de darme las gracias por ello. Pasados unos minutos y después de conseguir que el pequeño se durmiera regresé a mi asiento.
Intento dormir pero no puedo. Una exorbitante emoción invade mis pensamientos, me siento feliz.
Sin ella saberlo, me ha hecho revivir aquel primer viaje con mi bebé, una experiencia que sin duda nunca olvidaré y es por ello que no me cansaré de animar, aconsejar y ayudar a todas aquellas madres viajeras como yo.
De madre a madre, de viajera a viajera, de mujer a mujer.