En 2005 se nos ocurrió viajar por Marruecos, y visitar el Sahara, quisimos hacer algo diferente dentro de la cotidianidad de un viaje por este hermoso país.
Visitar las tres ciudades imperiales de Fez, Meknés y Marrakech, viajar a la costa Atlántica y pasar unos días en la hermosa Essaouira, cruzar la frontera con Melilla andando, admirar las cascadas de Ouassasat, retroceder en el tiempo en la ciudad romana de Volubilis, viajar en los famosos taxis compartidos, (los mercedes), y acudir a invitaciones para comer en casas particulares de los amigos que fuimos haciendo durante el viaje. Además de todo lo mencionado anteriormente, también nos adentramos en la Cordillera del Atlas y por supuesto hicimos una excursión en camello por las famosas dunas de Mezourga.
Dos días recorriendo el Atlas, horas y horas metidos en un micro bus con otros 8 viajeros más, sube y baja visitando el Dadés, el Toldrá y el Valle de las Rosas. Por fin llegamos al ansiado desierto, primera hora de la tarde, recorrimos en paralelo durante varios kilómetros las dunas, las hermosas, grandes y doradas dunas. Casi paralizados por la emoción, veíamos como las caravanas de camellos se asentaban delante de semejante paraje para iniciar las rutas.
Un joven aventurero recorre el Sahara con su amigo Pepito
Sin apenas descansar nos dirigimos hasta los guías que nos llevarían y ellos muy gentiles nos presentaron a nuestros camellos. Querían que los conociésemos, que nos fuéramos familiarizando mutuamente los unos con los otros, los camellos tienen un carácter un tanto complicado, nos contaban. Por delante nos esperaban cerca de dos horas montados a lomos de estos bichos, subiendo, bajando y atravesando las altas dunas hasta ir adentrándonos en el Sahara.
Contado así, tan idílico, parece que dos horas son pocas para disfrutar de tan maravillosa experiencia, pero sentados encima de la joroba de estos animales con una manta colocada entre su áspero pelaje y nuestras posaderas y sin nada donde apoyar las piernas, os podemos asegurar que esas dos horas se hacen eternas, aunque el paisaje sea de lo más impresionante.
Álvaro, el único niño de la expedición, estaba un tanto cansado, ilusionado y sobre todo un tanto nervioso por la experiencia, no dejaba de hablar, por su boca salían toda clase de frases y muchas de ellas sin sentido para los nosotros, los adultos. Parecía el pequeño Lawrence de Arabia y sólo él sabía de lo que hablaba, sin pretenderlo, se convirtió en el protagonista del viaje, una vez más.
En este viaje Álvaro tenía tan solo tres añitos y medio y estaba a punto de vivir una de las grandes experiencias de su corta vida hasta el momento. Cuando nos entregaron el camello que nos iba a llevar, el pequeño viajero se le acercó, lo miró y nos dijo… a mi camello le voy a llamar Pepito.
Aquí empezó su particular aventura, montado delante de mami y encima de su amigo inseparable durante ese día y el siguiente el bueno de Pepito lo fue llevando entre las dunas del desierto del Sahara, cuando llegó la noche, el pequeño rubio se acercó a su amigo y le susurró ¡buenas noches amigo! ¡hasta mañana!.
Hoy en día el joven viajero sigue sonriendo al ver en las fotografías del viaje a Marruecos la cara de alegría de ese pequeño aventurero que no es otro que él mismo.