Continuaba nuestro periplo por Grecia, en la que era nuestra primera aventura como familia viajera. Después de visitar Atenas y alguna de las islas, decidimos que queríamos adentrarnos por la península griega y conocer uno de los lugares más alucinantes de Grecia y del mundo, los Monasterios de Meteora.
Para ello, cogimos un tren cochambroso, viejo y ruinoso y salimos a las 15,00 horas desde la estación de Atenas. Las casualidades de la vida nos llevaron a ocupar el mismo vagón que parejita de jóvenes y simpáticos argentinos, Paula y Hernan. Entre lo que hablamos los españoles y los argentinos, os podéis imaginar lo rápido que se nos pasaron las más de 7 horas de tren. El bebote Álvaro hizo las delicias de nuestros nuevos amigos. Cuando el tren se detuvo en la estación de Kalambaka, punto de origen para visitar los monasterios de Meteora, ya era de noche y hacía frío sin darnos cuenta nos bajamos los cinco y ya en el andén, nos miramos y nos preguntamos ¿también os quedáis aquí? ¿tenéis reservado algún alojamiento?”, ¡¡ NOOOOO!!! contestamos todos, era tarde, hacía frío, estábamos cansados y lo más complicado, llevábamos con nosotros a un bebé de once meses que llevaba metido más de siete horas en un tren, así que los cuatro decidimos decidimos buscar un alojamiento y pasar la noche juntos.
En ese momento comenzó lo que a día de hoy sigue siendo una bonita amistad entre nosotros.
Como llegar a los Monasterios de Meteora
Hernán y Paula que hablaban perfectamente griego preguntaron cual era la mejor opción para llegar hasta los Monasterios de Meteora, y esta no era otra que coger un taxi hasta el monasterio que quedaba más alejado por dentro del valle de Tesalia, en el Monasterio de Yapapanti. Desde este punto si queríamos ahorrar y no gastar en otro taxi que nos llevara de aquí para allá durante todo el día, solo nos quedaba una opción y era hacerlo a pie, un monasterio tras otro siguiendo la carretera que te va llevando hasta terminar de nuevo en Kalambaka.
Los Monasterios de Meteora y su entorno, están considerados como uno de los paisajes mas hermosos del mundo. Un lugar verdaderamente extraordinario, una verde llanura desde la que asoman unos fascinantes pináculos de piedra blanda, agujereados como si de un queso de Gruyere se tratara, y en lo alto unas gigantescas edificaciones, los monasterios más bonitos de Grecia. La Unesco incluyó esta maravilla en la lista de Patrimonios de la Humanidad en el año 1988.
Se tiene conocimiento que desde principios del siglo XIV esta zona se convirtió en el retiro ideal para los monjes que huían de las incursiones de los turcos durante el Imperio Bizantino. El acceso a los primeros monasterios se efectuaba mediante escaleras portátiles articuladas, posteriormente se usaron cabrestantes para poder subir a los monjes en redes. Cuando algún visitante les preguntaba, con que frecuencia se rompía alguna cuerda? éstos respondían “Cuando el Señor deja que se rompan”. Los monasterios están construidos alrededor de un patio rodeado por las celdas de los monjes, capillas y un refectorio, en el centro de cada patio se levanta el Kantholokon (iglesia principal).
Estar ya metidos en el mes de octubre no impidió que el tiempo nos regalara un maravilloso cielo azul, no siempre perceptible en las fotografías, durante las primera horas del día hacía calor, y después de diez horas caminando y subiendo monasterios, el cansancio hizo mella en los cuatro, el único que se salvó fue el pequeño viajero que cómodamente instalado en su carrito dormía plácidamente cada vez que el cansancio se apoderaba de él.
Que decir de los monasterios de Meteora, pues que mereció la pena haber venido hasta aquí, las diez horas de pateo y la paciencia que hay que tener para aguantar las largas colas que ocasionamos las ordas de turistas que queremos disfrutar de esta maravilla griega.
Anécdotas de la jornada
Era tarde y el bebé no había comido todavía, en la mochila un delicioso potito de carne con verduras, frío claro está!. Álvaro viendo que la comida no llegaba, empezó a gritar y a llorar de tal manera que llamaba la atención de todo aquel que pasaba a nuestro alrededor. Ante tal situación, se nos ocurrió entrar en uno de los monasterios y como simpre llevábamos el calienta biberones de viaje, le pedimos el favor a las monjas para poder enchufarlo a su red eléctrica. Las monjas accedieron sin duda al ver aquel bebé tan enfadado. Sentada en el frío suelo de un interminable pasillo esperé a que la lucecita roja del aparato se tornara verde y así dejar de escuchar el interminable y ensordecedor llanto del hambriento pequeño viajero. Cosas que pasan cuando viajas con bebés!
Octavio fue sin duda el que terminó de rematar las anécdotas del día. Después de la larga jornada caminando por la carretera, subiendo y bajando los monasterios, a pocos kilómetros de llegar de regreso a Kalambaka, no se le ocurre otra cosa que, en un alto que hicimos en el camino para tomar aire, dejarse la cámara de fotos olvidada. Colgada del respaldo de un banco. Ya habíamos recorrido unos 4 kilómetros cuando se dio cuenta del descuido y como os podéis imaginar, no le quedó otra que emprender una carrera, cuesta arriba, para recuperarla, menos mal que allí seguía y todo quedó en un susto y en un agotamiento adicional claro.
Al final del día, los cuatro satisfechos por el devenir de la jornada, nos pusimos a degustar plácidamente una suculenta tortilla de papas que Montse le había prometido a Paula, y por supuesto acompañada de unas cuantas cervecitas.
Los Monasterios de Meteora bien merecen que les hagáis un hueco en vuestra agenda viajera, mejor siempre en primavera o en otoño.