Quien nos lo iba a decir a nosotros cuando después de tanto tiempo una foto hecha junto al maravilloso Mont Saint Michel iba a seguir trayéndonos tan agradables momentos. Es una foto normalita, de eso os daréis cuenta nada más verla, pero para nosotros es y será siempre muy especial, simplemente porque detrás de ella hay una bonita historia de uno de nuestros grandes viajes en furgoneta.

En este post os vamos a contar el porqué de tanta importancia y nuestras sensaciones en la primera visita que realizamos al impresionante Mont Saint Michel, uno de esos lugares mágicos que encontramos por el mundo y que nadie debería dejar de visitar.

Corría el año 2009 durante nuestro primer viaje por Francia, recorriendo en primer lugar la Bretaña, y antes de adentrarnos en Normandia, nos fuimos a visitar la Abadía del Mont Saint Michel, una de las Abadías más espectaculares que existen y para muchos dueña de Bretaña, para otros de Normandía, fuera de quien fuere nosotros allí estábamos.

Mont Saint Michel

Panorámica de la Abadía

Por aquel entonces aun existían los aparcamiento en las inmediaciones de le Mont Saint Michel, hoy en día, por desgracia ya no existen. Había una zona en particular habilitada para hacer pernocta con las autocaravanas y el resto de vehículos vivienda. Nosotros conocedores de esa información fuimos con la intención de buscar un huequito que nos permitiera tanto de día como de noche poder contemplar desde la ventana de nuestra Cali la flamante Abadía, y si que lo conseguimos, por unos ridículos 7€ ahí estábamos en primera línea, con una de las mejores vistas que se puede tener de le Mont Saint Michel. Ahí estaba, imponente, espectacular, mágica, justo frente a nosotros, dándonos la bienvenida, señores, esa imagen jamás la borraremos de nuestras memorias, es imposible olvidar tanta belleza junta…¡es imposible!.

Por la mañana de camino, cuando nos dirigíamos a este emblemático lugar, Álvaro nos sugirió que si íbamos a disfrutar de una de las mejores vistas del mundo, porque no parar en un mercado de un pueblito bretón y comprar salmón para celebrarlo. Nuestro hijo es un fan del pescado, le gustan de todo tipo, cocinados de cualquier manera, incluso es capaz de comérselos crudos, por eso siempre busca la mínima excusa para celebrar lo que sea comiendo pescado. Está claro, cuando tu hijo te hace una propuesta así no hay nada más que decir, se le hace caso y punto, sabes que va a ser un acierto.

Por fin, llenos de ilusión llegamos a primera hora de la tarde, estacionamos “la Cali” justo enfrente a le Mont Saint Michel como si de un sueño se tratara. Tranquilamente después de encontrar un sitio inmejorable para disfrutar por la noche de nuestra suculenta cena de salmón contemplando una de las vistas más bonitas del mundo, nos dirigimos hacia ella, queríamos recorrerla entera. Ordas de turistas se apelotonaban en la entrada de la Abadía, Alvaro estaba más nervioso de lo habitual, había leído y contemplado fotos sobre la imponente Abadía y como niño que era estaba forjando en su cabecita una historia fantástica, en la que como no, incluía un peregrinar de caballeros y princesas que a lomos de sus caballos iban y venían por entre las callejuelas de le Mont Saint Michel. Por aquel entonces todo lo que tuviera que ver con el medievo tenía alucinado a nuestro pequeño viajero. La elección de este fantástico viaje por Francia con la posterior visita al Loira y sus maravillosos castillos, que realizamos unos días después de dejar Normandía, fue por esta razón.

Mont Saint Michel

Estacionamiento frente a la Abadía.

No existe mejor excusa para visitar un lugar, que la de tu hijo comentándote que algo en especial le interesa, entonces sucede la magia…ese viaje va a ser todo un éxito, como así fue.

Nos adentramos en el corazón de le Mont Saint Michel, subimos a sus cañones de protección, recorrimos sus murallas, pateamos sus estrechas, empinadas y empedradas callejuelas, entramos en la Iglesia y salvo por la cantidad de tiendas de souvenirs y de turistas, parecía que habíamos retrocedido 500 años, todo lo que nos rodeaba era mágico.

Mont Saint Michel

Alvaro jugando con los cañones de la Abadía

Tiendas de souvenirs

Como era a principios del mes de julio, era temprano, teníamos hambre y anochecía muy tarde, decidimos que lo mejor sería irnos a cenar a nuestra furgo y después cuando hubieran encendido los candiles por toda la Abadía podríamos regresar y así disfrutar de esta maravilla de noche. Además, recordad que nos estaba esperando un delicioso salmón para cocinarlo a las finas hiervas y eso era razón suficiente como para hacer un paréntesis en nuestra visita.

Mont Saint Michel

Montse y el salmón

Posiblemente ese haya sido el salmón más sabroso que hayamos comido los tres jamás. Sentados a la mesa de nuestra querida Cali, con un cielo que iba oscureciendo poco a poco, casi al mismo momento que ese rosado salmón chisporroteaba en la sartén e iba tornándose dorado.

Mientras cenábamos con la compañía de un vinito de la zona ese salmón iba cogiendo mucho más sabor, cada bocado iba acompañado de las maravillosas vistas sobre un Mont Saint Michel que lentamente iba iluminándose con la tenue luz de sus faroles, mientras el mar subía de nivel y lo iba rodeando poco a poco hasta convertirlo en una de las islas más mágicas que jamás hayamos podido contemplar.

Mont Saint Michel

Vista nocturna de la Abadía

Nunca antes nos habíamos dado cuenta de como la pequeña carita de nuestro hijo Álvaro se podía iluminar de esa manera, contemplando una escena que a buen seguro jamás olvidaremos, porque aunque era tarde y algo cansados por el trayecto, el crío estaba demasiado asombrado, y en lo único que pensaba era en terminar con su amigo el delicioso salmón y echar a correr de nuevo por las hermosas callejuelas empedradas y solitarias para seguir soñando con ser un caballero en busca de su princesa en el interior de la Abadía.

Mont Saint Michel

Callejuelas empedradas

Mont Saint Michel

Callejones

Hoy por hoy el joven viajero sigue recordando esa experiencia como si la acabara de vivir gracias a un libro que le regalaron y en el que aparece la espectacular Abadía de Le Mont Saint Michel.

Una vez más habíamos triunfado como padres viajeros, nuestro hijo era feliz imaginando mil y una historia gracias al entorno que le envolvía.