Uno de los requisitos importantes, bueno mejor dicho, uno de los más importantes a la hora de poder viajar a nuestro estilo es el que a uno no le importe dormir en cualquier sitio. Uno tiene que aprender a acomodarse con lo que encuentre, eso si, teniendo una serie de sencillas precauciones a la hora buscar alojamientos, tampoco se trata de demostrar a nadie que somos unos aventureros sufridores. Que no haya ruidos, que el colchón sea cómodo, que la habitación esté limpia y que además sea económico son algunos de esos requisitos indispensables que buscamos para alojarnos cuando viajamos. Muchas veces lo conseguimos, otras muchas no y en alguna ocasión a medias.
Nosotros hemos tenido suerte también en eso con nuestro hijo, Álvaro es capaz de dormirse en cualquier sitio y de cualquier forma igual que nosotros. A lo largo de su intensa vida viajera, el peque ha dormido infinidad de veces en buses, trenes, furgoneta, barcos, aviones y hasta montado en su sillita de la bicicleta ha sido capaz de echarse una cabezadita, además de los sitios «normales» claro como son hoteles, guesthouse, pensiones o tienda de campaña.
Pero si hay lugares en los que hemos dormido y que recordamos especialmente por su originalidad esos son, un Riad, una Jaima, una chimenea y una choza.
El Riad.
Nos alojamos en él durante nuestro viaje por Marruecos en el año 2005. Después de recorrer a piñón parte de este maravilloso país durante casi un mes, decidimos que al enano había que darle una tregua y buscar un destino de playa para relajarnos. La ciudad elegida para descansar unos días de tanto ajetreo fue como no podía ser de otra manera, la blanca y bella Essaouira.
Tres maravillosos días de playa en familia en los que decidimos alojarnos en un Riad.
Para los que no conozcáis este tipo de alojamiento, un Riad es una casa tradicional marroquí, normalmente de varios pisos y con un patio en su interior construido así para preservar la intimidad de la familia que lo habitaba y al que suele acompañar una fuente que da frescor a la casa, completan la decoración de las paredes y suelos llenándolos de azulejos.
Nuestro Riad, era precioso, contaba con una pequeña cocina en la parte alta que acompañaba a una espléndida terraza en la que tomarse un te mientras caía la tarde sobre Essaouira, era todo un placer para los sentidos.
Jaima beduina.
Dormir en ella con nuestro pequeño, sin duda fue toda una experiencia, anclada en medio del desierto del Sahara, también durante nuestro viaje por Marruecos.
Cuando decides recorrer el país, una de las maravillas que no te puedes perder es recorrer parte del desierto en camello, para terminar viendo el atardecer en lo alto de una duna y al lado del campamento.
Llegamos por la tarde y sin perder un minuto escalamos la duna cámara en mano, el día había sido muy largo y después de haber disfrutado de ese maravilloso espectáculo, por fin tocaba comer algo y descansar. Empolvados por la arena que se nos había ido pegando durante la larga travesía en camello, y oliendo un poco a tigre, llegó el momento de echar mano de las mágicas toallitas para intentar adecentarnos un poquito.
Sentados cómodamente en unas esterillas y preparados para degustar una rica cena bereber, compuesta de te, cordero y pan cocinado dentro de la arena, que nos pareció realmente exquisito y acto seguido, unos bailes acompañados de música tradicional.
Y por fin llegó la hora de dormir, otra vez esterillas colocadas sobre la arena, unas mantas para protegernos de la fría noche del desierto y con la tela de la Jaima parcialmente agujereada, disfrutamos de una inolvidable noche en pleno desierto, no apta para escrupulosos y poco amantes de los bichos, así de simple.
Realmente es una experiencia que aconsejamos a todo el mundo, el desierto tanto de día como de noche es todo un espectáculo. Una de las sensaciones que jamás olvidaremos es la de tocar su fina arena, caliente por fuera e introducir nuestras manos en su interior para comprobar el frescor de su interior, es una sensación única. Por no hablar de sus anocheceres y amaneceres.
Una chimenea sin humo.
Durante nuestro viaje por Turquía en el año 2006, decidimos darnos el capricho de dormir en una de estas magníficas edificaciones durante nuestra estancia en la enigmática Göreme en el corazón del valle que lleva el mismo nombre en Capadocia.
Hasta allí llegamos en bus, muy entrada la noche y después de sufrir un viaje muy largo y un poco relentizado debido a la gran tormenta eléctrica que nos acompañó durante prácticamente todo el trayecto. Llegamos cansados, con el niño dormido, no teníamos alojamiento reservado y decidimos quedarnos en el primer sitio que encontramos, después de regatear con el dueño terminamos acordando de buen rollito un precio razonable y acabamos durmiendo en una de sus cuevas, por cierto, estaba bastante bien.
Pero como hemos mencionada al principio, nuestra intención era tener la experiencia de dormir en una chimenea, resultaban un poco más caras que los alojamientos convencionales, pero había que darse ese caprichito y así lo hicimos. Se trataba de un hotel en que las habitaciones eran chimeneas o cuevas como también se les llama y con el precio te incluían el desayuno que tomabas en una de las terrazas de las zonas comunes. Nuestra chimenea en concreto tenía una decoración típica muy cuidada, dispuesta en dos niveles, disponía en la parte alta de una cámara con cama de matrimonio y otra cama individual, aunque también grande donde durmió el enano. En sus paredes lucían fotografías de los Globos que sobrevuelan este paisaje y que nosotros tuvimos la gran suerte de disfrutar de esta inolvidable experiencia, el suelo recubierto de bonitas alfombras, no hacía falta más, estaba preciosa!.
Nuestra estancia en este lugar estuvo cargada de grandes emociones, con un entorno quizás de los más bonitos que hayan visto nuestros ojos viajeros, tan bonito era todo en este pequeño pueblo de gnomos, que daban ganas de quedarse a vivir en él para siempre.
La choza más «in».
Recorrimos México en el año 2004 y con un bebé de poco más de dos años. Nuestro viaje básicamente consistía en recorrer la Ruta Maya, desde Ciudad de México hasta Cancún y claro, uno de los destinos obligados era visitar las ruinas Maya de Tulum, las únicas de esta cultura que están pegadas al mar. Llegamos a Tulum en bus desde Valladolid y nos pusimos a caminar por la estrecha carretera bajo un tórrido sol hasta encontrar el alojamiento que más se ajustó a nuestro bolsillo.
Nuestro presupuesto era reducido, así que andábamos buscando un alojamiento barato, pero a la vez nos apetecía estar cuanto más cerquita del mar mejor.
El complejo elegido, estaba muy cerca de las ruinas Mayas, podíamos llegar a ellas caminando sin problema por la playa, estaba compuesto de varias chozas, unos sencillos baños comunes y un espacio donde servían comida y bebida. Rodeados de cocoteros y de enormes iguanas que paseaban plácidamente entre nosotros, anclados en la blanca arena de la zona y con una preciosa playa a menos de 10 metros, aunque sin ningún tipo de lujo, pasamos allí unos días inolvidables. Ni que decir tiene que aquel lugar era un paraíso.
En la recepción y después de registrarnos nos entregaron los enseres útiles para disfrutar de nuestra “suite”. El “set” de supervivencia incluía, sábanas, una llave de candado, 3 velones blancos y una caja de fósforos. La choza no tenía baño, ni electricidad, ni agua corriente, seguro que ahora entendéis lo de los velones y los fósforos, eso si, tenía una pequeña escoba hecha con hojas de palmera para liberar el interior de la arena que se colaba por entre las rendijas de la puerta y que para cerrarla tenías que utilizar el candado. Un techo hecho también con hojas secas de palmeras y que estaba habitado por una densa colonia de bichos que te deleitaban de día y de noche con un maravilloso concierto.
Para terminar nuestra descripción, apuntaremos que el mobiliario se componía de un camastro con base de cemento lo suficientemente grande para los 3 con un colchón encima claro, y la mesita de noche era una enorme silla de madera con dos largos brazos donde poder apoyar los velones, las paredes pintadas de un amarillo chillón y ahumadas por el tiempo. Dicho así puede parecer hasta tétrico, pero nada más lejos de la realidad.
Nos sentíamos como unos auténticos Robinsones, lejos de pensar en las incomodidades que podíamos llegar a sufrir, percibíamos que nuestro pequeño Álvaro estaba contento, andaba desnudo completamente paseándose por entre la exuberante naturaleza que nos rodeaba sin importarle lo más mínimo, él se sentía libre y nosotros felices!.
Hoy pasados los años, algunos viajeros que han estado por la zona, nos han contado que el complejo tal y como nosotros lo conocimos ya no existe, en su lugar ahora hay lujosos complejos que han sustituido nuestras chozas por bungalows que disponen incluso de aire acondicionado.
Nosotros nos quedamos para siempre con el recuerdo de nuestra humilde chozita, la que nos regaló una lección de vida, aprendimos a sentirnos inmensamente felices sin necesidad de nada más, las comodidades de un hogar por suerte las teníamos en casa todo el resto del año.